Aunque esto suene raro: amo mi trabajo. En serio. No al grado de querer quedarme ahí horas extra o de llegar puntual, pero sí como para no ratear una sonrisa en el subte de la mañana. Me gusta escribir, me gusta ser blogger, me gusta mirar sites y me encanta la gente con la que trabajo (y créanme: eso hace el 70% de que me guste el laburo).
Me imagino que por todo eso, justamente, es que estos últimos dos días mi trabajo me ha hecho tan infeliz: porque no he estado haciendo ninguna de las cosas que enumero arriba sino continua y repetitivamente click>ingresenombre>click>ingreseID>clic>save
Y aunque esto NO suene raro: llego a casa tan deprimida del trabajo que no tengo la más mínima gana de volver a la mañana que sigue.
Quizás es por este declive en el ánimo que mi subconsciente decidió regalarme una aventura de lo más Lewis Carroll anoche y no puedo dejarla de compartir:

Estábamos la reina y yo (la reina, sí la reina de Inglaterra) paseando por los jardines traseros de Buckingham luego de una hermosa ceremonia del té llena de pastelitos de colores y.. er.. té. La reina estaba inquieta porque el jardinero había dejado que muchos de los arbustos se marchitaran, pero yo estaba más intrigada con el misterio del reloj de la reina madre, que adornaba la fachada posterior del palacio.
Alguien me había dicho (o era un investigador que estaba ahí mismo con una enorme lupa?) que dentro del reloj se encontraba uno de los más sublimes laberintos, magnánimo en su simple y sorprendente resolución
-¿Es cierto que la solución para el laberinto es absolutamente numérica? -le pregunté a la reina, aún sin poder hallar el laberinto en medio de tanto chirulo rococó.
La reina sonrió desde su pequeña redondez y utilizando el zoom mágico de los sueños me señaló un retrato de ella colocado en la parte inferior de las manecillas.
El retrato estaba elaborado como un grabado, de modo que la textura se formaba por líneas y surcos. Es decir, por paredes y pasajes: por el laberinto.
- Solo hay una forma de resolverlo, y es haciendo la cuenta regresiva de los números de un dígito - me dijo.
y acto seguido empezamos a recorrer con la vista la solución, tan sencilla y maravillosa:
-Se empieza aquí -dijo señalando un bucle bajo la corona y a la vez un correcto "9". Luego continuó indicando el camino a través de cabello, ojos, nariz arrugas y tal cual avanzaba su dedo royal me iba dando cuenta que se perfilaba la escalera hacia abajo: 8, 7, 6, 5, un curioso 4 en la comisura de la boca, 3, 2 en la papada y al llegar al uno en el cuello un abrupto cambio en el enlace vertical descendente y la salida en línea recta hacia la derecha.
- INCREIBLE su majestad -le dije, pero la reina no se dejó impresionar. me confió que todo el palacio en realidad estaba lleno de enigmas como ese. Incluso si mirabas los setos desde las ventanas más altas, encontrarías también todo el abecedario. Pero el descuidado jardinero no había hecho bien su trabajo, así que la enfurecía no poder mostrármelo.
Conversábamos de eso dudando si adentrarnos más en los jardines cuando vimos un zapato (hermoso con pintitas de colores) (nunca vi uno igual antes) yaciendo a mitad del prado.
La reina se acercó a tomarlo pero ZAZ un tren venía a lo lejos y a lo cerca y se nos echaba encima...!!! Aquél tren, teóricamente, debía pasar por el lado del palacio, pero con sorpresa empezamos a ver que los rieles formaban nuevos laberintos enredados sobre el pasto ¡estábamos atrapadas! EL tren se multiplicó en trenes y zumbaban a nuestro alrededor. Sin embargo, ni la reina ni yo estábamos asustadas.
Malditos trenes, venir a arruinarlos la charla y además, con el ruido, a despertarme.

Espero que mi trabajo deje de ser miserable, pero también volver a Buckingham a descubrir más de las cosas que a simple vista no se ven, como a la reina riendo tanto, perdida entre trenes.