Hay tantas cosas que quiero hacer que unas vacaciones no podrían cubrirlas. Tampoco un año sabático (porque esto implicaría la inacción de por sí, dado que casi todos mis proyectos tocan en algún punto algo que ya estoy haciendo en este momento por dinero) (¿y en los años sabáticos se deja de hacer eso que vienes haciendo por dinero, no?) (¿no?) (En el caso de que no: imaginemos que esa era la idea).
El tiempo me falta como a cualquier bicho de ciudad que intenta auto-sustentarse. Pero, en realidad, creo que su ausencia no es la que trunca el desarrollo de mis ideas, sino el factor “me da la gana de aparecer más bien cuando vas en el subte, camino al trabajo, en el trabajo o mientras escuchas una clase” que tienen ellas.
Es que claro, a mi cerebro en los verdaderos tiempos de ocio le gusta más bien matar encarnaciones demoníacas en Silent Hill o leer mangas de Ai Yazawa. Por eso se despliega en los tiempos muertos. Y es posible que sin ellos, nunca hubiera bocetado nada, ni puesto la primera palabra de una historia, ni (como ahora) escrito un post. Y es que el tiempo robado es delicioso. Sí, sí. Las horas libres son ricas, pero las que consigues usando tu ingenio para huirle a las responsabilidades son el manjar más suculento. ¿O no? Ese sabroso pecado de hacer otra cosa que la que deberíamos. Y encima otra cosa que nos hace felices.
¿Debo entonces seguir trabajando para que en las horas muertas fluyan mis proyectos? ¿O debo aventurarme a la tierra del emprendimiento propio donde las ideas se superponen hasta ahogarte? (por que claro, ahora UNA toma el trono de “trabajo” y las otras compiten para seducirte) (como elegir una sola cuando todas se ven divertidas?).
Admiro a la gente monotemática, carente de moscas luminosas que la distraen susurrándole delirios. ¿Quién era ese que tenía a la musa encerrada en el desván? No importa. Divago, lleno tiempo muerto. Hay tantas cosas que quiero hacer.