La gente se asombra bastante cuando uno le habla de su ciudad natal. Yo a veces me entusiasmo contándole a algún muchacho las beldades de Lima, nuestra “ciudad jardín”. ¡Y es que te prestan tanta atención cuando les cuentas las barbarid... Digo, las cosas con las que se convive día a día en nuestra metrópoli! Claro, después me pregunto porqué no me llaman. Pero bueno. Cuando uno habla de la ciudad se da cuenta de las particularidades de Lima… y de pronto estás en el bus y te das cuenta de que esos elementos que hacen tan tuya a una ciudad, faltan.
En Buenos Aires no hay locos con llanta. Es más: no hay locos en absoluto. (Refiriéndonos, claro, a locos tipo los visados por el Larco Herrera que transitan nuestras calles).
La semana pasada, volviendo a casa por la avenida Rivadavia (que es muy larga y pasa por lugares preponderantemente poco pudientes) me pareció ver un loco. Mi corazón dio un brinco: era alto, con el pelo sucio, llevaba varias bolsas amarradas a la cintura y la cara pintada bastante mal. Estaba parado en una esquina y contemplaba los autos pasar. ¡El loco cuenta carros! ¡El loco de las bolsitas! ¡El loco carasucia! Estaba tratando de encontrarle un buen nombre para describírselo al gueto de acá y contarles con nostalgia que había descubierto un pedacito de Lima en la ciudad de la furia. Mis engranajes trabajaban y estaba apunto de dar con el apelativo perfecto… solo necesitaba mirarlo por unos instantes más. El semáforo cambió. La Rivadavia empezó a ponerse nuevamente en movimiento y él, viendo que los autos de su transversal se detenían, salió de su letargo para dirigirse al centro de la pista. ¿Qué estaba haciendo? ¿Conversando con los carros? ¿Sacando unos palitroques? ¿¡Haciendo malabares?! Mi desilusión fue máxima. No sólo no era un loco, sino un malabarista callejero: además estaba bueno. El bus siguió su lenta travesía siempre derecho hasta llegar a Acoyte y de ahí a la derecha, para arriba. Algo como sabor a tostadas quemadas se me instaló en el cuerpo.
No hay locos en buenos Aires. Y eso es un poco triste.